Escribo estas líneas cuando no hace ni una hora que he
dejado Pemba, pero se lo he prometido a Marta y no quiero olvidar ninguno de
los sentimientos que tengo en estos momentos: gratitud, alegría, tristeza,
satisfacción, etc. Mi estancia ha sido corta, concretamente 23 días, pero
suficiente para descubrir el gran trabajo que hace esta fundación y sus
integrantes. En estos días he conocido el proyecto Mahate y he podido colaborar
un poquito en la formación de niños discapacitados o sordomudos. Con ellos he
roto la barrera del miedo de no poder comunicarme con ellos
porqué simplemente, hasta el día de hoy, no había conocido a ninguno. Me ha asombrado
su capacidad de hacerse entender y sobre todo las charlas que mantienen con los
otros niños. Con ellos hemos jugado, hemos aprendido los nombres de !os colores
y hemos hecho artes manuales. Edio, Linda, Tito, Agnes, Almirante y otros
muchos se han quedado con un trocito de mi corazón.
Otros días los pasé en el Lar de la Esperança y allí
conocí a otras muchas "crianças" que me hicieron llorar de tristeza
cuando me despedí de ellos por lo grandes que son a pesar de no tener más de 14
o 15 años. En la Escolinha he bailado y cantado con Bendita, Bernardo, Beto,
Saidi, Dulce, etc. y he compartido días de playa y juegos con Feliciano, Pedro,
Luciano, Utassya, Siana, Ana Maria y otros muchos. Ellos son lo más grande de
esta gran fundación.
Sólo tengo una palabra para todos ellos:
"obrigada" por abrirme las puertas y sus pequeños pero grandes
corazones.
Las crianças son parte importante de esta fundación pero
también lo son todos los educadores que día a día se levantan y educan a los
niños. Con ellos una aprende un poquito más de la cultura mozambicana. Ellos
son los que guían a todos los niños hacia un futuro mejor. He dejado atrás a
personas que hoy considero mis amigas como Mana Helena o Mana Maura, con ellas
intercambié conocimientos de dos culturas distantes.
No puedo dejar de escribir sin mencionar a Marta, nuestra
guía y a la recién incorporada Stefania. Admiro su capacidad de trabajo y
sobretodo su gran corazón y fortaleza por tener la valentía de dejar la zona de
confort que a todos nos rodea y dedicarse a todos ellos. Con ellas no sería
posible Vamoja, o la Casa Azul (entre otros). Con ellas y con Pedro y Carmen
los días pasaron volando entre desayunos de cinco tenedores y cenas
italo-vegetarianas. Días de trabajo pero también de risas y charlas.
Finalizar el día de trabajo con una maravillosa puesta de
sol o pasar un domingo de descanso en una playa paradisíaca, son ingredientes
que hacen de esta experiencia algo que no se pueda olvidar, que se quede
impregnada en los poros de la piel.
Espero que mis palabras sirvan de ayuda a aquella persona
que esté dudando en hacer el paso; las pequeñas incomodidades de no tener agua
corriente o los habituales cortes de luz se quedan en meras anécdotas cada día
al acostarte con una sonrisa en la boca recordando las risas, los juegos, las
charlas que has mantenido con todos los niños y niñas de la Fundación.
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