Hablar de mi
experiencia de voluntariado en Pemba es tan complicado como hablar de un amor
de verano. Las emociones son tantas, y tan intensas, que resumirlo es perfilar
la sombra de una figura que nunca imaginaste.
Llegue a finales de
junio con ilusión de ayudar en conceptos de nutrición, y me despedí en agosto
con la emoción de haber conocido un nuevo mundo. Disfrute de una amable
hospitalidad y también de su insaciable curiosidad, y como una balanza
equilibrada, padecí de sus distancias kilométricas y de la inevitable
impotencia que se siente de no poder hacer más.
Tuve la maravillosa oportunidad
de trabajar en distintos proyectos con charlas de nutrición, así como la
ocasión de disponer de una semana en cada uno de los centros con niños y niñas
para hablar y divertirnos con la temática de la alimentación. He compartido
todo cuanto ha podido serles de ayuda en ámbitos de salud, en refuerzo escolar,
y en todas las temáticas que atañen las infancias y el crecimiento personal de
toda persona.
Acompañar en el día a día a crecer esta bonita ciudad me ha hecho
crecer día a día con bonitos momentos, concluyendo en un trabajo agotador
altamente reconfortante.
Pero mi trabajo no
puede ser enumerado ni resumido, pues ni es individual ni sería posible sin el
resto de voluntarios con los que compartí los días. La fuerza que a lo largo
del día se agota, se recarga con la compañía y ejemplo que de los más
experimentados, cuyos consejos han sido esenciales para comprender lo que
sucede más allá de lo que ves.
Pemba ha sido mi
amor de verano, pues me enamoró con su fortaleza, con su sinceridad y su
simpatía. Me ha hecho reír, y también me ha hecho llorar, pero como todos los
amores me ha enseñado una nueva forma de querer: querer a una cultura tan
diferente como su paisaje y gente lo refleja.
Nessun commento:
Posta un commento